A Julian Assange, el hombre que destapó algunos de los secretos más oscuros de los gobiernos más poderosos del planeta, le está costando entender y moverse en el “gran nuevo mundo” al que ha regresado tras permanecer más de una década sin pisar la calle, encerrado primero durante siete años en la embajada de Ecuador en Londres y cinco más en una cárcel británica de alta seguridad. Tantos años aislado “pasan factura”, reconoció este martes el fundador de WikiLeaks ante el Consejo de Europa en Estrasburgo, en su primera comparecencia pública desde que recuperó su libertad, a finales de junio, tras llegar a un acuerdo judicial con Estados Unidos, el país del que más información clasificada expuso mediante su plataforma.
Assange tiene que aprender de nuevo a ser padre —tuvo dos hijos durante su cautiverio— y esposo, mientras combate los fantasmas de un encierro del que se dice todavía incapaz de dar detalles. De vuelta al mundo exterior, el sonido que emiten los coches eléctricos le parece “siniestro” y no le gusta que las máquinas hayan reemplazado a las cajeras en los supermercados.
Pero sobre todo, dijo en su primer viaje fuera su Australia natal, a la que regresó tras ser liberado, lo que más le preocupa es ver el “cambio de la sociedad” vivido en estos años y los “pasos atrás” en libertad de expresión que ha constatado desde que recuperó su vida. “Veo ahora más impunidad, más secretismo, más represalias por contar la verdad y más autocensura”, resumió ante la Comisión de asuntos jurídicos y derechos humanos del Consejo de Europa.
“Ahí donde, en su momento, publicamos importantes vídeos sobre crímenes de guerra que provocaron un debate público, ahora, cada día, se emiten en vivo los horrores de las guerras en Ucrania y en Gaza. Cientos de periodistas han muerto.
La impunidad sigue creciendo, y no está claro lo que podemos hacer contra ello”, añadió Assange, con preocupación. Sus palabras denotan que esa motivación que lo llevó a publicar cientos de miles de documentos clasificados que casi lo mandan a prisión de por vida —afrontaba hasta 175 años de cárcel por violaciones a la Ley de Espionaje estadounidense— sigue presente pese al alto precio que ha pagado.
Pero que nadie le pregunte, al menos por ahora, si seguirá haciendo lo que lo llevó a fundar, hace ahora casi 20 años, WikiLeaks: “Educar a la gente sobre cómo funciona el mundo para que, comprendiéndolo, podamos hacerlo algo mejor”, resumió ante los legisladores del Consejo de Europa el “sencillo sueño” que se esconde en la plataforma de filtraciones que acabó provocando su peor pesadilla. Los años de cautiverio suponen para Assange un mal sueño del que todavía no ha logrado salir del todo, que hace que tanto él como su entorno se nieguen a revelar si en el futuro el antiguo hacker seguirá haciendo lo que mejor sabe hacer, revelar lo que los poderosos quieren ocultar.
“Julian ha hecho una gran excepción viniendo aquí”, declaró su esposa, la abogada Stella Assange, en una rueda de prensa tras la audiencia de su marido, quien para entonces ya se había vuelto a esconder de las cámaras. “Pero creo que todo el mundo ve que está exhausto, en pleno proceso de recuperación.
Por el momento, el único plan concreto para su futuro inmediato es seguir con su recuperación, la prioridad como familia es que pueda ponerse mejor; todo lo demás es secundario”, subrayó. Esa fragilidad nueva quedó en evidencia durante la hora larga que Assange dedicó a testificar y responder a preguntas de los diputados de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (APCE), que este miércoles debatirá y aprobará una dura resolución sobre su caso y los “efectos disuasorios” del mismo en los derechos humanos y la libertad de expresión.
El antiguo Assange, vociferante y soberbio, ha dado paso a un hombre que todavía habla con voz firme, pero que carraspea, se toma su tiempo para responder, que se reconoce profundamente agotado y hasta perplejo por las cosas más nimias de su nueva vida. “Necesito un cierto ajuste para mi readaptación al gran mundo tras un arresto domiciliario, el asedio en la embajada y una prisión de máxima seguridad”, admite el australiano, que reiteró en varias ocasiones que, en total, ha perdido “14 años de vida” desde que comenzó su calvario judicial, en 2010.
Dos años después se encerró en la embajada ecuatoriana, desde donde fue llevado a prisión, en 2019. Ese aislamiento “pasa factura, estoy tratando de desentrañarlo, hablar aquí es un desafío”, reconoció.
No se trata solo de volver a la vida pública. También la intimidad familiar es, por muy deseada que haya sido todos estos años de encierro, “complicada”.
“Es complicado volver a ser padre de unos niños que han crecido sin mí, volver a ser un marido, incluso tratar con la suegra… Son cosas complicadas”, contó Assange, provocando unas risas del auditorio que se intensificaron cuando, tras mirar con picardía a su esposa, se apresuró a precisar que su suegra es una “mujer maravillosa”. Con similar sonrisa cómplice, Stella Assange le cerró brevemente el micrófono.
“Necesita tiempo”, insistió, ya más seria, la abogada de origen hispano-sueco en varias ocasiones. Preguntado sobre si su futuro pasa de nuevo por WikiLeaks, tanto Assange como su mujer y el actual redactor jefe de la plataforma, Kristinn Hrafnsson, eluden responder abiertamente.
“Solo hace unas semanas desde que Julian salió con grilletes de la cárcel, démosle algo de tiempo”, dijo Hrafnsson. Aunque deslizó que no le sorprendería que vuelva, más pronto que tarde, a la acción.
Assange “está trabajando duramente en su recuperación, ese es su primer objetivo. Pero está tan comprometido como siempre con los principios básicos que siempre cumplió: transparencia, justicia y periodismo de calidad”, aseguró.
.